Todo fue más diferente e inesperado de lo que pensaba, o mi cabeza imaginaba, de lo que podía llegar a ser las cuatro semanas que me esperaban por delante en Colombia.
Apenas el avión aterrizó y pisé tierras cafeteras, como aquí se las conocen, lo primero que me impacto, gratamente por cierto, fue ese cálido clima. Todos los días llovía a la misma hora, y como si ese momento estuviese copiado para cada día con un reloj que indicara el momento exacto en que debía suceder, y esa sensación de humedad constante ya me hacían sentir muy lejos, pero muy feliz, de la seca Patagonia argentina.
El “che” ya era una palabra perdida y la pronunciación a lo argentino de la “y” ya había desaparecido por completo. Todo era diferente, la vegetación, la música, la comida y el nombre de las cosas cotidianas.
Mientras recorría el camino hacia Ubaté, mi cabeza no dejaba de bombardearme con ideas. La ruta tan zigzagueante y ese imponente y abundante verde de la vegetación me hacían dar cuenta, cada vez más, que ya no estaba en mi árida y fría Patagonia. Sin embargo no pude evitar imaginar, en algún momento, a Ubaté como a mi pequeño pueblo del sur argentino.
Cuando pisé la bella Ubaté, sentí que en algún momento de mi vida ya había viajado a este magnífico lugar, pero solo lo había hecho a través de las líneas del gran Gabriel García Márquez que ilustró como nadie a este bello país. Pero claro, al estar allí las sensaciones se me mezclaban por doquier.
Durante los primeros días me transforme, por mi nacionalidad, en sinónimo o mejor dicho en enlace directo a Messi, Maradona y el Papa. Porque a decir verdad por mi habilidades, aunque no las desmerezco, no podría ser sinónimo de ellos.
Si bien hablamos el mismo idioma, intentaba traducir literalmente al “argentino” lo que en “colombiano” me estaban diciendo. Creo que jamás olvidaré lo sorprendida que quedé cuando me trataron como a “sumerced”. Y pienso que nunca sabré responder al “¿y qué más?”. Pero con el paso de los días, mi cabeza dejó de traducir y el chévere, que sonaba como un canto a mis oídos, se me hacía cada vez más familiar. Y me llevaba, indefectiblemente, a conocer más de sus bellas costumbres.
El mate fue el más lindo intercambio de mi parte. Si bien fue muy fácil explicarles lo que era, se me hizo complicado, a casi imposible, que comprendieran todo lo que aquí en Argentina significa. Intercambiar, eso es lo que estábamos haciendo.
Un párrafo aparte se merece la familia que me acogió en mi estadía. Ellos solo podrían haberme dado alojamiento y comida, pero me dieron mucho más que eso. Me dieron todo su amor de familia y me integraron a ellos día a día. Jamás en todos los lindos momentos que compartimos juntos me sentí como una extraña. Son, sin dudas, Mireya, Carlos, Manuela y Jairo la expresión más clara de la amabilidad y hospitalidad que la linda gente de Colombia sabe dar a quienes vamos de afuera.
Esta tan bella y enriquecedora experiencia de intercambio me enseñó que nada es imposible, y que todos los días debemos valorar las cosas simples.
Por Rocío Ailin Porma Favre, de Argentina, en Ubaté, Colombia.
Participante del Programa de becas de AFS y Ashoka. Servicio comunitario. 2014.